Messier 94, Ojos de Cocodrilo






A veces, al mirar al cielo profundo, el universo nos devuelve la mirada. Tal es el caso de Messier 94, una galaxia espiral cuya silueta brillante e hipnótica ha llevado a más de un astrónomo a compararla con un par de ojos que nos observan desde la lejanía. De ahí su apodo, tan inusual como sugerente: “Los ojos de cocodrilo”.

Aunque no encontrarás ese nombre en los catálogos oficiales, la comunidad astronómica —y más aún la de los aficionados— no ha podido resistirse a bautizarla con apelativos que apelan a su peculiar estética: Cat’s Eye Galaxy, Croc’s Eye Galaxy, y por supuesto, nuestra versión hispana: los ojos de cocodrilo.

Pero ¿qué hay detrás de esos ojos galácticos?

Una espiral distinta al resto

Messier 94 —también conocida como NGC 4736— se encuentra a unos 16 millones de años luz, en la tranquila constelación de Canes Venatici, los Lebreles. A primera vista, es una galaxia espiral relativamente común. Pero una inspección más profunda revela una estructura doblemente circular que la distingue de la mayoría: un brillante anillo interior y un vasto anillo exterior que juntos crean la ilusión de unos ojos resplandecientes flotando en el vacío.

Su clasificación morfológica completa es un pequeño trabalenguas astronómico: (R)SA(r)ab, LINER. Cada letra y paréntesis cuenta una historia: un anillo exterior visible, una espiral sin barra clara (aunque con una ligera distorsión ovalada), brazos de espiral intermedios y un núcleo con una débil actividad de ionización. Todo ello, contenido en una galaxia de unos 50.000 a 80.000 años luz de diámetro, dependiendo de si incluimos los brazos espirales más externos.

Un corazón que late con estrellas jóvenes

El anillo interior de Messier 94 —el núcleo del “ojo”— es una región intensa, viva, en plena ebullición estelar. Este “anillo de brote estelar” mide alrededor de 5.400 años luz de diámetro y está formado por nubes de gas que, al comprimirse por la acción gravitatoria de la barra ovalada central, se convierten en nuevas estrellas jóvenes, calientes y azules. Es el lugar donde la galaxia “respira”, formando soles como quien exhala luz.

Y sin embargo, el anillo exterior —o más precisamente, sus brazos espirales extendidos— cuenta otra historia. Vista en el espectro infrarrojo o ultravioleta, esta región se revela como un complejo entramado de brazos abiertos, mucho más débil que el núcleo, pero igualmente fascinante. Allí se aloja una población estelar mixta: cúmulos jóvenes y brillantes conviven con estrellas más antiguas, de tonos dorados. Curiosamente, aunque menos denso, este disco externo es más eficiente creando estrellas por unidad de masa que su anillo interior.

¿Cómo se formaron los “ojos”?

Los astrónomos han propuesto varias explicaciones para la formación de estas estructuras concéntricas. El anillo interior parece estar ligado a un fenómeno conocido como resonancia de Lindblad interior, donde la barra ovalada del núcleo concentra gas en una región específica, iniciando el proceso de formación estelar.

El anillo exterior, en cambio, ha sido motivo de mayor debate. Inicialmente se pensó que era un anillo independiente, tal vez fruto de una colisión o la absorción de una galaxia menor. Pero los estudios más recientes apuntan a que no es un anillo como tal, sino brazos espirales inducidos por la distorsión del disco interno. Una danza armónica de gravedad y gas que genera la apariencia de un anillo desde nuestra perspectiva.

Y en medio de todo ello, hay algo más: una misteriosa falta de materia oscura. A diferencia de lo que se espera en galaxias de su tamaño, Messier 94 parece tener menos materia oscura de la prevista, un dato que intriga a los teóricos y pone a prueba los modelos clásicos de evolución galáctica.

Una mirada que nos interpela

Las imágenes capturadas por telescopios como Hubble, Spitzer o GALEX muestran con una claridad conmovedora esta doble estructura: el núcleo azul eléctrico en el centro, los tenues brazos extendiéndose como filamentos, y un espacio intermedio más oscuro que acentúa el contraste. Es difícil no ver en ella una especie de iris cósmico, un ojo celeste que parece devolvernos la mirada.

Comparada con otras galaxias anilladas —como NGC 1512, por ejemplo—, Messier 94 conserva su carácter singular. Su estructura no es fruto de grandes colisiones o encuentros violentos, sino más bien de un lento y elegante proceso interno. Una evolución tranquila, casi introspectiva.

Una galaxia que invita a mirar dos veces

Messier 94 es uno de esos objetos que merece ser observado con detenimiento. No solo por su belleza, sino por las preguntas que plantea: ¿Cómo se generan estructuras tan complejas? ¿Qué secretos esconde su aparente simplicidad? ¿Qué otros “ojos” nos están mirando desde el fondo del cosmos, esperando ser descubiertos?

En un universo que no deja de sorprendernos, los ojos de cocodrilo de Messier 94 nos recuerdan que la belleza no siempre está en lo exótico o lejano, sino en las formas que, incluso en la inmensidad, parecen hablarnos de lo familiar. Porque al fin y al cabo, mirar el cielo es, muchas veces, mirarse a uno mismo.




Fotografía desde mi patio. 
22 de Abril de 2023 Y 26 de Marzo de 2025
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Adquiridas con NINA
Procesadas Siril


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