¿Alguna vez has sentido que el universo te devuelve la mirada?
Esa es la sensación que tuve la primera vez que observé a M64, también conocida como la Galaxia del Ojo Negro.
Una estructura ovalada, tranquila en apariencia… hasta que, justo debajo de su núcleo, se revela una franja oscura, como un párpado que asoma en la vastedad del cosmos. De ahí su nombre. Parece un ojo cerrado a medias. O tal vez uno abierto, vigilante, observando el universo que lo rodea.
M64 se encuentra a unos 18 millones de años luz de la Tierra, en la constelación de Coma Berenices, la Cabellera de Berenice, aquella reina egipcia que, según la leyenda, ofreció su espléndido cabello a los dioses para asegurar el regreso victorioso de su esposo. Curioso: una reina que entrega su belleza al cielo… y una galaxia que la devuelve en forma de misterio.
Fue descubierta por Edward Pigott en 1779, y se aleja de nosotros a una velocidad de 377 km por segundo. Pero su historia no trata solo de distancias o velocidades. M64 es el resultado de un violento y antiguo encuentro. Los astrónomos creen que, hace millones de años, una galaxia más pequeña atravesó su núcleo. Fue un acto colosal, una colisión cósmica que dejó cicatrices profundas: los 40.000 años luz exteriores de la galaxia giran en una dirección opuesta a los 3.000 años luz interiores.
Como si dos voluntades se cruzaran, cada una queriendo girar a su manera.
¿Te imaginas eso? Una galaxia cuyos engranajes cósmicos giran en direcciones contrarias, como si no pudieran ponerse de acuerdo. Esa colisión, sin embargo, no solo dejó destrucción. El impacto generó una densa franja de polvo, un carril oscuro que cruza su núcleo. Y esa franja se convirtió en cuna de estrellas. De la destrucción, surgió la creación.
De la colisión, surgió belleza.
Cuando la observo con mi refractor de 80 mm, M64 me muestra su rostro: una forma ovalada, un núcleo brillante rodeado por capas de luz que se difuminan lentamente hacia el vacío. No hay una barra definida, ni brazos espirales claramente marcados como en otras galaxias. Sus brazos, más cortos, se enroscan como si se abrazaran a sí mismos, protegiendo el centro. Pero el detalle que roba la atención es esa zona oscura debajo del núcleo, el carril de polvo, la herida que le da su nombre…
y su carácter.
M64 no es tan grande ni tan llamativa como otras galaxias espirales, pero hay en ella una profundidad silenciosa, una simetría herida, como si llevara consigo el recuerdo de lo que fue y lo que absorbió. Y tal vez, algún día, cuando el tiempo haya hecho su trabajo, cuando la gravedad haya terminado su conversación con el caos, la región externa desacelere, se detenga… y gire finalmente en armonía con el corazón de la galaxia.
Quizá también eso nos dice algo a nosotros: que incluso tras los choques más violentos, el equilibrio puede volver.
Que incluso cuando giramos en direcciones opuestas, hay un centro gravitacional que, con el tiempo, nos vuelve a reunir.
Así es M64. No es solo una galaxia. Es una historia de vuelta
Un ojo oscuro que nos observa desde el borde del infinito.
Una cicatriz que brilló.
Una galaxia que, a su manera, también aprendió a perdonar.
29 fotos apiladas con PI, tomadas el 24-04-2023 desde mi patio.
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