M52: estrellas nacidas juntas con destinos distintos


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Imagina un escenario cósmico donde las luces no se encienden al mismo tiempo, sino por turnos, como si alguien —quizás el mismísimo tiempo— hubiese escrito la obra por escenas, y no por estallido. Ese teatro estelar existe. Se llama NGC 7654, aunque los humanos también lo conocen como M52.


Desde la Tierra parece apenas una pincelada brillante en la constelación de Casiopea, pero cuando se apunta con los ojos atentos de un telescopio, lo que allí se revela es una distribución desigual de nacimientos estelares, algunos ya viejos, otros aún titilando en su infancia.


Primer acto: el escenario


El cúmulo descansa a 1380 años luz de nosotros. No es un enjambre de estrellas aleatorias. Es una familia cósmica, nacida del mismo vientre de gas y polvo. Pero esa unidad inicial no significa uniformidad. En sus entrañas conviven estrellas de 30 millones de años junto a otras que rondan los 100. No hay una única fecha de nacimiento. Aquí, la formación estelar fue episódica, como si la nube madre hubiese respirado varias veces antes de quedarse en silencio.


Segundo acto: el velo


El cielo, incluso cuando brilla, oculta. El polvo interestelar, ese alquitrán del universo, se interpone entre nosotros y la luz verdadera de las estrellas. Lo tiñe, lo enrojece, lo distorsiona. Este fenómeno —el reddening— no ocurre por igual en todo el cúmulo. Algunas zonas están más cubiertas que otras. Observar NGC 7654 es como intentar leer un manuscrito antiguo manchado de tinta: antes de interpretar, hay que restaurar.


Así, los astrónomos descubrieron que la luz de las estrellas llegaba teñida por un velo polvoriento. Pero ese velo no era uniforme: se ondulaba, se espesaba y se abría en claros, dejando ver que el enrojecimiento variaba de estrella en estrella, como si el espacio intermedio respirara. Al corregir ese velo, surgió un retrato más nítido de las estrellas y de sus edades, como si, al restaurar los colores verdaderos, también se revelaran los capítulos ocultos del pasado.


Tercer acto: el reparto de masas


No todas las estrellas nacen iguales. Algunas surgen pequeñas y discretas, otras pesadas y luminosas, destinadas a vivir rápido y morir jóvenes. Esa distribución —la función de masas— es como el reparto de actores en una tragedia: algunos brillan desde el inicio, otros sostienen la obra en silencio.


En NGC 7654, esa distribución no es la misma en todas partes. En las regiones internas, las estrellas de masas altas y medias conviven en relativa armonía. Pero en las afueras, algo cambia: las más masivas ya no están. Han partido, expulsadas o evaporadas, dejando atrás un remanente tenue de actores secundarios.


Cuarto acto: la disonancia


Cuando se trazaron los diagramas color-magnitud, los científicos esperaban una línea nítida, una secuencia ordenada. Pero lo que vieron fue una banda ancha, dispersa, como una melodía que no logra decidir en qué tonalidad desea quedarse. Esa dispersión no es error: es mensaje. Revela una historia con múltiples edades, múltiples comienzos, una narración con bifurcaciones.


Se intentó entonces dividir las estrellas en fases de formación: las más viejas, vestidas con luz madura, y las más jóvenes, aún con el polvo del nacimiento pegado a la piel. Comparando sus distribuciones, se descubrió un sesgo: en sus inicios, el cúmulo formó estrellas más masivas. Las más pequeñas, como si llegaran tarde a la fiesta, nacieron después.


Epílogo: un espejo de procesos


NGC 7654 no es una excepción. Es un espejo. En él se reflejan las tensiones del universo entre orden y dispersión, entre nacimiento sincronizado y caos creativo. Es un cúmulo que no puede ser explicado en un solo tiempo, ni representado con una única curva. Su verdad se despliega en capas, como las páginas de un libro antiguo que alguien ha intentado leer sin saber que hay tinta invisible entre líneas.


Lo que parecía una agrupación de puntos brillantes es, en realidad, un archivo viviente de procesos estelares, una obra en varios actos, escrita por la gravedad, interpretada por la luz, y descifrada —muy lentamente— por los astrónomos desde este pequeño rincón del cosmos.




Astrometáfora


NGC 7654 es una obra que no baja el telón, sino que lo alza por partes.
Como un teatro en penumbra donde cada estrella enciende su foco en distinto acto,
nos recuerda que el universo no escribe con relojes,
sino con suspiros de gas,
con pausas de polvo,
y con el ritmo irregular del asombro.


Porque a veces las estrellas no nacen juntas.
Y aún así, pertenecen a la misma historia.
 

Fuente: Pandey, A. K., Nilakshi, Ogura, K., Sagar, R., & Tarusawa, K. (2001). NGC 7654: ¿Un cúmulo interesante para estudiar la historia de la formación estelar? Astronomy & Astrophysics, 374, 504-522. https://doi.org/10.1051/0004-6361:20010642


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