Analema: el infinito que traza el Sol

 


En apariencia, el Sol es un reloj fiable. Nace por el este, se pone por el oeste, y cada día regresa, imperturbable, a cumplir su promesa de luz. Pero si uno se detiene, observa y compara con paciencia de astrónomo antiguo, descubrirá algo asombroso: el mediodía solar no siempre ocurre a la misma hora, ni el Sol alcanza el mismo punto en el cielo cada día.

Es entonces cuando el cielo se delata.
Cuando el Sol, ese maestro del tiempo, dibuja en su tránsito un bucle elegante, una figura doblemente curva que nunca se cierra del todo:
el analema.


Una danza de causas

El analema es la huella que deja el Sol en el cielo si lo fotografiamos a la misma hora, desde el mismo lugar, a lo largo de un año.
Y lo que revela es la complejidad oculta de nuestra órbita y nuestro eje.

1. La oblicuidad de la Tierra

Nuestro planeta está inclinado. Su eje, en vez de erguirse perpendicular al plano orbital, se inclina unos 23,4°, como si se tratara de un trompo que gira recostado.
Esta inclinación es la raíz de las estaciones, de los solsticios y equinoccios, y también del analema.
A medida que la Tierra gira alrededor del Sol, la inclinación provoca que el astro no alcance el mismo punto en el cielo a la misma hora.
En su lugar, sube y baja, como si respirara con lentitud.

2. La excentricidad de la órbita

La Tierra no describe un círculo perfecto, sino una elipse ligeramente achatada.
Se mueve más rápido cuando está cerca del Sol (perihelio, en enero) y más despacio cuando está lejos (afelio, en julio).
Este ritmo desigual, dictado por las leyes de Kepler, provoca que el tiempo solar verdadero —medido por la posición real del Sol— no coincida con el tiempo solar medio, que usamos para definir nuestros relojes.

La combinación de estos dos factores —la oblicuidad y la excentricidad— hace que el Sol, a la misma hora solar media cada día, aparezca en posiciones ligeramente distintas.
Y esa deriva compone el analema.


La ecuación del tiempo: desajuste celeste

La diferencia entre el tiempo solar verdadero y el tiempo solar medio se llama ecuación del tiempo.
A lo largo del año, puede sumar o restar hasta unos 16 minutos. Es decir, incluso si nuestro reloj marca el mediodía, el Sol puede adelantarse o retrasarse respecto al punto más alto del cielo.

Durante el año, esta diferencia no es constante. Se anula en cuatro momentos —cerca del 15 de abril, 13 de junio, 1 de septiembre y 25 de diciembre— pero alcanza sus extremos hacia principios de noviembre (máximo retraso) y principios de febrero (máximo adelanto).

Ese vaivén, junto con la elevación solar cambiante por las estaciones, es lo que traza la curva doble del analema: una especie de ocho torcido, con un lazo más grande que el otro.
Y lo más fascinante: si se eliminara uno de los dos factores, el analema cambiaría de forma:

  • Sin oblicuidad: un lazo horizontal.

  • Sin excentricidad: una curva simétrica, en forma de lágrima.


El arte de capturarlo

Fotografiar un analema es un acto de paciencia astronómica.
Durante un año, hay que captar el Sol desde el mismo lugar, a la misma hora solar media, con el mismo encuadre y orientación.
Se necesitan mínimo 30 tomas, idealmente 50 o más, para formar la figura.
Y si se desea incluir un paisaje, hay que hacer una foto separada en un momento del año adecuado.

No hay dos analemas iguales.
Cada latitud, cada hora elegida, cada punto de observación genera una variante.
A mediodía, el analema aparece vertical; al amanecer o atardecer, se inclina o incluso gira.
En el ecuador se forma erguido, en los polos tiende a aplanarse.
Es una firma solar personalizada para cada lugar del planeta.


Más que una curva: un símbolo del tiempo

El analema es una curva, sí. Pero también es un espejo cósmico.
Nos recuerda que el tiempo no es una línea recta, sino una danza entre geometría y movimiento.
Es el resultado visible de la inclinación de nuestro eje y la forma de nuestra órbita, dos factores que, sin palabras, han dado forma a las estaciones, a los calendarios, a los ritmos de la vida.

En él se entrelazan el paso de los días y las estaciones, la velocidad variable de nuestro viaje alrededor del Sol, y el ligero desajuste entre el tiempo celeste y el tiempo humano.

Quizá por eso, cuando uno contempla un analema, siente que está viendo algo más que una figura luminosa:
está observando la respiración del año,
el eco gráfico de la mecánica celeste,
el infinito imperfecto que el Sol dibuja para quienes saben mirar.

Epílogo: una brújula celeste

Observar el analema nos invita a reconciliarnos con los ritmos naturales.
A entender que nuestros relojes son sólo una aproximación.
Y que la Tierra —este mundo que gira y baila inclinado mientras orbita a su estrella— lleva inscrito en su cielo un mapa del tiempo verdadero.

Cada analema, al fin y al cabo, es un poema solar.
Un poema que no se lee con palabras, sino con luz, paciencia y mirada.

Astrometáfora: El ocho del tiempo

El analema es el lazo que el Sol deja atado en el cielo,
como si el tiempo, al girar sobre sí mismo, dibujara un nudo de luz.

No es un error del reloj,
sino la firma celeste de que habitamos un mundo inclinado, excéntrico,
bellamente imperfecto.

Cada curva del analema nos recuerda que el tiempo no se desliza:
oscila,
respira,
traza órbitas invisibles que sólo la paciencia revela.


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