No son de carne y hueso, no.
Son dos galaxias enormes, hechas de estrellas, polvo y sueños.
Una se llama M81. Elegante, con brazos espirales que se enroscan como cintas doradas.
La otra es M82, un poco rota, un poco desordenada, pero con un corazón rojo que late con fuerza.
Hace millones de años, estas dos galaxias se encontraron en el gran salón del universo.
Y en lugar de chocar y destruirse…
¡empezaron a bailar!
Giraron y giraron, sus brazos de estrellas rozándose, su gravedad tirando la una de la otra como si fueran mejores amigas jugando a darse vueltas.
Y algo mágico ocurrió.
De ese baile, en lugar de caos, nació vida nueva.
Estrellas pequeñas y grandes comenzaron a brillar por primera vez, como si fueran lucecitas encendiéndose en una fiesta.
M81 seguía serena, brillando como un faro en la oscuridad.
Pero M82, ¡ah, M82!.
Aunque salió del baile un poco magullada y torcida, su corazón rojo se encendió más que nunca.
Creó diez veces más estrellas que nunca antes.
Sus heridas la hicieron más fuerte.
Y en medio de su núcleo, nació un faro poderoso: un púlsar.
Una estrella tan intensa que su luz atraviesa la oscuridad, recordando a todos que incluso después de un gran cambio, se puede brillar aún más fuerte.
Así son las galaxias.
Cuando se encuentran, no se destruyen:
se transforman.
De su choque, nacen nuevas estrellas.
—“Así también nosotros… A veces la vida nos hace girar, nos cambia… pero de esos momentos difíciles, pueden nacer nuevas fuerzas, nuevos sueños, nueva luz.”
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