Yo nací en el corazón del Sol.
Un lugar muy, muy caliente.
Allí, cuatro pequeñas bolitas llamadas protones se unieron,
¡y yo aparecí!
Soy un fotón:
una chispa de luz.
Pero no nací en un lugar tranquilo.
Todo estaba tan apretado,
que no podía moverme sin chocar con alguien.
Protones, electrones, ¡todos empujaban!
Cada vez que quería avanzar…
¡Zas! Me rebotaban como una pelotita.
Era como estar en una fiesta muy llena,
con todos bailando y sin dejarme pasar.
Avancé poquito a poquito…
con paciencia.
Durante miles y miles de años.
Después llegué a otra zona.
Había más espacio,
pero aún era difícil.
Me deslicé como quien patina sobre sopa caliente.
¡Y seguí!
Más arriba encontré algo increíble:
el Sol burbujeaba.
El plasma (un tipo de fuego espeso)
subía y bajaba como si hirviera.
Allí no viajé solo.
¡Las burbujas me llevaron!
Era como volar en un globo gigante de fuego.
Subía, subía…
hasta llegar a la piel del Sol.
¡Al fin salí!
¡Libertad!
Ya no más choques, ni empujones.
Ahora podía correr…
¡a la velocidad de la luz!
Viajé por el espacio.
Pasé planetas, nubes y polvo estelar.
Y un día, llegué a un lugar azul y bonito:
la Tierra.
Tal vez me vea una hoja,
o me reciba el ojo curioso de un niño,
o me atrape una cámara y me convierta en foto.
Así terminó mi viaje.
Tardé mucho, muchísimo…
pero lo logré.
Ahora, soy…
¡luz!
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