1. Telón de fondo: la noche me pregunta
Salgo al patio en una madrugada calurosa. Una pregunta se desliza en mi oído:
«¿Hacia dónde se expande el Universo?»
Instintivamente imagino un globo hinchándose en un cuarto oscuro, su membrana empujando poco a poco un espacio que parece ilimitado. Y enseguida, el latigazo de la segunda pregunta:
> «¿Qué hay fuera del globo?»
La intuición, tan útil para esquivar coches o tirar café sobre el teclado, se topa aquí con un acantilado lógico. Nuestro cerebro —hijo de selvas y estepas— no nació para medir la infinitud de un cosmos en metamorfosis.
2. Escena primera: un Universo sin bordes
Los mapas clásicos nos enseñaron fronteras: muros, océanos, cordilleras. Pero la cosmología estándar levanta el telón sobre un escenario distinto. Allí no hay paredes, ni líneas de meta, ni carteles de fin del espacio conocido. Si existiera algo «fuera», por definición pertenecería ya al Universo; la palabra afuera pierde el sentido.
El cosmos se expande, sí, pero no como tinta sobre un folio ya desplegado. La propia hoja —esa trama de espacio-tiempo— crece, dilatándose en cada punto. No hay dirección privilegiada: el adentro lo es todo; el afuera no existe.
3. Escena segunda: la esfera que devuelve caminantes
Para dominar el vértigo, imaginemos que nos quitan una dimensión. Somos seres planos paseando sobre la piel bidimensional de una esfera gigantesca. Caminamos en línea recta durante eones y, sin un solo giro, acabamos regresando al punto de partida. El viaje fue finito, el espacio recorrido también… y, aun así, jamás hallamos un borde que saltar.
En esa superficie curvada, los paralelos convergen y los triángulos engordan con ángulos que superan los 180 grados. La geometría euclidiana, acostumbrada a suelos rectos, necesita reescribirse. Lo finito puede carecer de fronteras y lo ilimitado no requiere un exterior.
4. Interludio: los límites de la imaginación
Aquí la mente humana exhibe su modesta arquitectura. Para figurar la curvatura de la esfera, necesita doblar la hoja en una tercera dimensión que, en nuestra analogía, no existe. Es como querer tocar la melodía de un color: instrumento y sentido se confunden.
Nadie —ni tú, ni yo, ni Einstein— puede «ver» esa curvatura sin dar un paso metafórico fuera de la propia superficie. Pero la impotencia visual no es sentencia final. Surge, entonces, la linterna más poderosa que poseemos.
5. Escena tercera: el ascenso de las matemáticas
Gauss, Lobachevsky y Riemann lo advirtieron en el siglo XIX: un espacio puede curvarse sin estar incrustado en otro mayor. Solo hace falta cambiar la «regla» con la que medimos. Las matemáticas se convierten en sextante y astrolabio a la vez, capaces de trazar rumbos donde la retina naufraga.
Cuando popularizamos la imagen de un globo inflándose o de pasas alejándose en un bizcocho en el horno, corremos el riesgo de sentir —falsamente— que debe haber aire alrededor o una bandeja que contenga la masa. Las analogías son útiles, pero siempre nos exigen un acto final: borrar la dimensión extra que imaginamos para visualizarlas.
6. Clímax: la sencilla respuesta casi insoportable
¿Hacia dónde se expande el Universo?
Hacia ningún sitio.
La expansión no empuja los límites; los recrea. Es un cambio continuo en la propia geometría del espacio-tiempo. Las «reglas» varían no solo según la región, sino también con el latido cósmico del tiempo: cada compás mete más ritmo entre las galaxias.
Decir que existe un «afuera» sería romper la definición de Universo. Dentro de nuestras tres dimensiones no hay muros; más allá, tampoco. El cosmos no necesita un tapiz colgado de un clavo superior. Es tapiz y clavo a la vez.
7. Epílogo: faros en la penumbra mental
Puede parecer frustrante que la imaginación se quede corta. Sin embargo, esa limitación es la chispa que enciende el asombro. Cuando la intuición tropieza, las matemáticas extienden un puente de símbolos sobre el abismo. Gracias a ellas «palpamos» la curvatura, medimos la expansión y desciframos la música de un universo que, sin borde y sin fuera, sigue escribiendo su propia partitura.
Miro de nuevo el firmamento. Las estrellas parpadean como viejas palabras en un idioma que apenas empiezo a balbucear. Comprendo que la pregunta no desaparece; se transforma:
¿Hasta dónde puede expandirse nuestra comprensión?
El cosmos seguirá creciendo en silencio. Nuestra tarea es afilar el asombro, avivar la llama del pensamiento y convertir la penumbra interior en un escenario donde, al menos por un instante, alcancemos a escuchar el eco de lo inimaginable.
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