Caminando hacia Sagitario A*

 

Capítulo I: El Horizonte Visible



Te acercas, y lo primero que ves no es un objeto, sino una ausencia. Una mancha de oscuridad tan perfecta que parece arrancada del tejido del universo. Frente a ti, no hay superficie ni contorno: solo un vacío absoluto que se revela por contraste, rodeado de un resplandor feroz.

No miras un astro, miras su silueta: la sombra de un monstruo que no se deja ver directamente, pero que se delata en el modo en que doblega a la luz. La oscuridad te observa sin ojos, y aun así sientes su gravedad tirando de ti, como si tu propia mirada se curvase hacia ese centro imposible.

El aura que lo rodea late. Es el disco de acreción, un torbellino ardiente de materia desgarrada. No gira en calma: se agita, se retuerce, colisiona. A tu alrededor, no hay silencio, sino un rugido invisible de energía que quema incluso el pensamiento. Lo ves deformado, como si entraras en un espejo de feria cósmico: recto ya no significa nada, arriba y abajo han perdido sentido.
El calor es insoportable. Gas y polvo arden a millones de grados y su luz viaja desde el rojo profundo hasta los rayos X. Tú no caminas, navegas en un océano de plasma que vibra como un corazón colosal.

Y, de repente, emergen los chorros relativistas: dedos de fuego que no queman, pero que desgarran el espacio a velocidades cercanas a la luz. No caen hacia dentro, sino que brotan hacia afuera, como si el agujero negro no solo devorara, sino que también creara. Frente a ti, ya no es solo un destructor: es un motor cósmico, un aliento de energía capaz de moldear galaxias enteras.

Miras atrás y descubres que el cielo mismo ha cambiado. La gravedad se convierte en lupa: estrellas que antes parecían fijas ahora se doblan, se estiran, se reflejan en arcos imposibles. La constelación que reconocías ya no existe: el agujero negro ha rediseñado el mapa del cosmos solo para ti.


Capítulo II: El Tiempo como Corriente, la Gravedad como Marea



Avanzas. Todo sigue igual y, al mismo tiempo, nada lo es. Miras tu reloj: los segundos se suceden como siempre. Pero en lo profundo de ti hay una sospecha: algo no encaja. Porque allá afuera, para un observador distante, tú ya no eres tú. Tu tiempo se estira como goma cósmica, y tu figura parece congelarse en el borde del horizonte.

Caminas por un pasillo de relojes invisibles, cada uno marcando una hora distinta. El tuyo late normal, pero sabes que afuera tu vida es ahora una pintura inmóvil, un eco que se desvanece lentamente.
Es el precio de acercarte al límite: el tiempo ya no es universal. El universo te está abandonando en cámara lenta.

Y la gravedad comienza a tocarte de otro modo. No como un tirón abstracto, sino como una marea física que te estira, imperceptible al inicio. En un agujero negro pequeño te destrozaría, separando tu cabeza de tus pies como si fueras un hilo de vidrio roto. Pero aquí, en este coloso supermasivo, la distancia entre la frontera y el centro es tan vasta que cruzas sin dolor. No es un suplicio, es un abrazo invisible.

En el límite, la luz misma comienza a orbitar. Ves anillos brillantes: fotones que giran atrapados en un bucle eterno, incapaces de escapar pero sin caer aún. Es el vórtice de fotones, el último círculo luminoso antes del abismo. Una joya hipnótica, el adorno final del universo visible.


Capítulo III: El Límite y el Final del Camino



Y entonces ocurre: el cruce silencioso.

No hay muro, no hay barrera. Solo un instante imperceptible en que el universo exterior deja de estar contigo. Miras atrás y ya no hay “afuera”. Ningún mensaje, ningún grito, ninguna señal podrá atravesar este límite. Estás dentro, y lo sabes: este es el punto de no retorno.

Dentro, las reglas se invierten. El espacio ya no es libertad, sino una sola dirección. Cualquier rumbo que tomes te lleva hacia el mismo destino. El futuro no está delante de ti: es el centro. Cada paso es tiempo, y el tiempo es caída.

El viaje culmina en silencio: la singularidad. No la ves, porque no puede ser vista; no la entiendes, porque no puede ser entendida. Es el fin de la física, el lugar donde toda ecuación se rompe. Un punto que contiene infinitud, donde todo lo que fuiste, todo lo que existió, se concentra en un destino inevitable.

No hay grito, no hay explosión. Solo la certeza de que has llegado al lugar donde el universo se calla y comienza el misterio.


Epílogo: Tú, el Viajero



Tu travesía no ha sido solo física. Ha sido un descenso a los límites del conocimiento humano. Has sentido el espacio doblarse bajo tus pies como un desierto de luz, el tiempo estirarse como un hilo tenso hasta casi romperse, y la atracción de un horizonte que no avisa cuando se cruza.

El agujero negro no es solo un abismo. Es un espejo oscuro que devuelve preguntas en lugar de respuestas. Y tú, viajero, ya no eres el mismo: has caminado hasta el borde de la realidad.


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