Cómo cambian de forma los cúmulos abiertos: un retrato en movimiento del cielo



Bienvenidos bajo las estrellas.

Los cúmulos abiertos —esas familias de soles recién nacidos— son un retrato en movimiento del cielo: una fotografía viva que se deforma con el paso del tiempo.

Imagina un grupo de estrellas apiñadas, como cuentas en una pulsera cósmica recién ensartada por la mano invisible de una nube de gas. Al principio siguen el hilo exacto de su cuna, a menudo alargado, siguiendo filamentos de la materia interestelar. Pero el universo es un tejedor inquieto: con cada giro de la galaxia, el hilo se estira, se tuerce, se afloja. Siente cómo el cúmulo se estira, como un muelle que cede lentamente. El cuadro cambia de forma.


La paradoja de la forma

Un estudio reciente —basado en los datos precisísimos de la misión Gaia y el análisis de 265 cúmulos abiertos— reveló un patrón intrigante:

Con la edad, el núcleo central se hace más redondo, compacto, como si buscara recordar la forma original.

Pero el conjunto completo se alarga y se vuelve más elíptico, cediendo a fuerzas externas que lo moldean. Mareas que arrastran como dedos gigantes. Encuentros con nubes colosales que tiran y estiran. La rotación diferencial —el hecho de que distintas partes de la galaxia giran a velocidades diferentes— también contribuye, como un sutil torbellino invisible que dobla lentamente la estructura del cúmulo.


Un doble destino

Un tira y afloja cósmico.

En el interior, la gravedad entre las estrellas —la relajación de dos cuerpos, la segregación de masa— empuja a las más pesadas hacia el corazón, redondeando el núcleo.

En el exterior, la historia cambia: los cúmulos viven dentro de la Vía Láctea, y allí las fuerzas galácticas estiran sus brazos y desdibujan su silueta. Mareas, encuentros y giros invisibles hacen que el cuadro se estire, se tuerza y, a veces, se rompa. La lucha es silenciosa, constante.


La masa como escudo

La masa es clave.

Los cúmulos con pocas estrellas son vulnerables. Pierden forma. Se deforman. Envejecen elípticos.

Los más masivos resisten. Su propia gravedad actúa como escudo frente a la galaxia. Mantienen su redondez. Prolongan su vida.

Cada cúmulo revela, en su grado de circularidad, cuánta vida le queda, cuán despacio pierde estrellas en el océano galáctico.


El trazo de la galaxia

El alargamiento tampoco es aleatorio: la mayoría de los cúmulos se estira paralelo al plano de la Vía Láctea. Eso señala la dirección del escultor principal: las mareas gravitatorias del centro galáctico pesan más que la rotación diferencial. La galaxia no solo los acoge: también los escribe.


El anciano que resiste: NGC 6791

Entre los cúmulos estudiados, uno brilla como enigma: NGC 6791. Viejo y masivo, debería estar mucho más deformado de lo que está. Sin embargo, conserva una sorprendente redondez.

¿Por qué? Quizá porque nació como parte de un supercúmulo, lo que le dio una ventaja inicial. Quizá porque perdió menos estrellas en su juventud. Sea cual sea la explicación, NGC 6791 es un anciano que resiste al paso del tiempo y al tirón de la galaxia.


Epílogo bajo las estrellas

La forma de un cúmulo abierto no es solo geometría.

Es un diario de vida, una huella silenciosa de la lucha entre la gravedad que une y las mareas que dispersan. En cada círculo perfecto o elipse alargada se lee la historia de cómo nacen, viven y mueren las estrellas en grupo. Y en casos excepcionales, como NGC 6791, descubrimos que incluso en el cosmos existen memorias que desafían al desgaste del tiempo.

Apagamos el telescopio, pero el eco de sus formas nos sigue recorriendo como un latido del cielo.

Referencia: 


Hu, Q., Zhang, Y., Esamdin, A., Liu, J., & Zeng, X. (2021). Descifrando la evolución de los cúmulos estelares mediante la morfología de la forma. The Astrophysical Journal, 912(1), 5. https://doi.org/10.3847/1538-4357/abec3e




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