El nido oscuro del que nace la luz





Hay lugares en el cielo que parecen grietas.


No brillan. No parpadean. Solo se oscurecen…


Pero están vivos.




Son nidos oscuros:


cavidades en la luz donde el universo reposa,


y en silencio…


prepara su próxima generación de estrellas.




En la región del Cisne


junto a las curvas rojizas de las nebulosas de emisión,


hay manchas de sombra que se extienden como cicatrices suaves


sobre el resplandor de la Vía Láctea.




A primera vista, parecen vacíos.


Pero no lo están.


Son nubes densas.


Lugares donde el cosmos se esconde…


para crear.




Estas formas tenebrosas son nubes moleculares,


también conocidas como nebulosas oscuras.


Su oscuridad no proviene de la ausencia,


sino de la presencia.



Contienen tanto polvo, tanto gas,


que bloquean la luz visible,


sobre todo la más azul del espectro.



La luz que intenta atravesarlas se desvanece,


las estrellas detrás... se enrojecen,


y a veces desaparecen por completo.



No vemos a través de ellas,


pero dentro…


algo se está preparando.




Dentro de ellas, reina el frío.


La calma.


Y una química extraña…


como si el universo escribiera fórmulas nuevas mientras nadie lo mira.




Pero basta una perturbación,


una chispa,


un empujón de viento estelar…




Entonces, el equilibrio se rompe.


Y comienza el colapso.


El gas cae hacia sí mismo.


La temperatura sube.


Y ahí, en el centro del nido oscuro,


nace una estrella.




Aún no brilla.


Aún no canta.


Pero ya está viva.




Mirar estas sombras es mirar el principio.


Porque algunas de estas nubes aún duermen…


y otras…


ya están soñando con luz.




La oscuridad no es ausencia.


Es un aviso:


algo se está gestando.




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