A partir de ahí, todo el Sistema Solar se encogería a una escala comprensible para nuestros pasos.
¿Dónde estarían los planetas? ¿Qué tamaño tendrían?
Prepárate para un viaje que revelará lo difícil que es concebir las dimensiones del cosmos… y lo pequeño —y hermoso— que resulta nuestro lugar en él.
☿ Mercurio: una bolita a seis campos de fútbol de distancia
El primer planeta, Mercurio, sería una pequeña bola metálica, del tamaño de una pelota de golf, girando en silencio a unos 600 metros de la Puerta de Alcalá.
Tan cercano al Sol… y, sin embargo, ya tan lejos. El calor allí fundiría el plomo, pero las noches caerían a temperaturas bajo cero.
Venus y la Tierra: una manzana y un pomelo en la lejanía
Un poco más allá, a un kilómetro del monumento, flotaría Venus, una manzana amarillenta envuelta en nubes tóxicas de ácido sulfúrico: el gemelo infernal de la Tierra.
Y luego, a 1,5 kilómetros, estaría nuestro hogar: la Tierra, apenas un pomelo azul suspendido en el vacío.
Junto a ella, su compañera inseparable, la Luna, sería como una nuez plateada orbitando a solo cuatro metros del pomelo.
En esa distancia cabe toda la historia humana, todos los mares, las montañas, la vida y los sueños.
♂ Marte: una pelota de tenis en el desierto cósmico
Si siguiéramos caminando hasta los dos kilómetros, llegaríamos a Marte, una pelota de tenis rojiza perdida en la arena del espacio.
Entre él y Júpiter se extiende un inmenso desierto: el cinturón de asteroides, un territorio lleno de rocas y fragmentos que, en esta escala, serían apenas granos de arena dispersos a lo largo de casi cuatro kilómetros.
♃ Júpiter: el gigante que domina el sistema
A 9,5 kilómetros de la Puerta de Alcalá nos esperaría Júpiter, el rey de los planetas.
Sería una esfera de 1,5 metros, grande como un niño pequeño, pero tan poderosa que su gravedad mantiene en danza a más de un centenar de lunas.
Si reuniéramos todos los demás planetas, Júpiter aún seguiría siendo mayor que el conjunto.
♄, ♅ y ♆ Saturno, Urano y Neptuno: mundos lejanos y helados
Más lejos aún, a 14 kilómetros, Saturno desplegaría sus anillos de hielo y polvo como una rueda de camión dorada suspendida en la oscuridad.
Más allá, a 29 kilómetros, estaría Urano, una rueda de coche azul verdosa, girando de lado como si rodara por el espacio.
Y finalmente, a 45 kilómetros, Neptuno, el guardián del límite, frío y profundo, del mismo tamaño que Urano pero teñido de un azul más intenso.
A partir de ahí, el espacio se ensancha como un océano sin orillas.
Plutón: una moneda en el abismo
A 65 kilómetros del Sol de piedra, Plutón apenas sería una moneda helada, diminuta, casi invisible.
Más allá solo queda la frontera del cinturón de Kuiper: miles de mundos enanos flotando en el silencio, donde el Sol ya no calienta, sino que solo brilla como una estrella más.
Reflexión final: un pomelo en el vacío
Así que, la próxima vez que levantes la vista al cielo, recuerda esto:
vivimos en un pomelo azul, orbitando una estrella mediana del brazo de Orión, en una galaxia entre miles de millones.
El universo es vasto, y nosotros somos apenas un punto diminuto.
Pero sobre ese punto hay mares que respiran, montañas que sienten el amanecer y mentes capaces de imaginarlo todo.
Y quizá, solo por eso, ese pequeño pomelo perdido en el vacío ya sea, en sí mismo, un milagro cósmico.
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