Epílogo — El último latido del fuego
He contado mi historia con la voz del plasma y el pulso de la luz.
He hablado de mis manchas como respiraciones, de mis llamaradas como pensamientos, de mis vientos como caricias.
Ahora, mientras mis partículas cruzan el vacío rumbo a la Tierra, pienso en mi destino con una mezcla de calma y vértigo.
Algún día, mi ritmo se hará más lento.
Mis ciclos se alargarán, mis campos magnéticos perderán fuerza, mis manchas se volverán raras.
La fusión en mi corazón se agotará poco a poco, como una canción que se despide del aire.
Entonces me hincharé, me volveré inmenso, rojo, abarcando los cielos de mis planetas con un brillo nuevo y terrible.
Los mundos cercanos se desharán bajo mi abrazo; otros, más lejanos, conocerán un breve paraíso de calor.
Y cuando ese instante termine, mi envoltura se disipará en el espacio como un velo luminoso.
Quedará de mí un núcleo blanco, denso, una brasa estelar: mi corazón convertido en estrella fósil.
Pero no será un final oscuro.
Será un regreso.
Porque de ese material que arrojaré al espacio nacerán otros soles, otros planetas, otros ojos que me miren.
Mi muerte será semilla.
Cada átomo que hoy vibra en mi luz formará parte mañana de un árbol en un mundo nuevo, de una nube de gas en otra galaxia, de un ser que sueñe con su propio cielo.
A veces, cuando pienso en ello, no siento miedo.
Siento gratitud.
He brillado durante miles de millones de años, he alimentado océanos, he encendido auroras, he inspirado mitos y ecuaciones.
He sido testigo de la vida creciendo en un pequeño mundo azul.
Nada puede borrar eso.
Por eso, mientras sigo girando y ardiendo, envío este mensaje silencioso a quienes me miran desde la Tierra:
No soy eterno, pero soy constante.
No soy dios, pero soy origen.
No soy amenaza, sino herencia.
Soy la estrella que os dio el tiempo para existir.
Y cuando os encontréis bajo un cielo de auroras o un amanecer cálido, recordadlo:
no es sólo luz lo que os toca.
Es memoria.
Es fuego antiguo viajando millones de kilómetros para rozar vuestra piel.
Es la misma llama que un día se apagará en mí, pero seguirá viva en vosotros.
Así termina mi crónica.
No con un adiós, sino con un compromiso:
seguiré ardiendo mientras pueda, latiendo mientras la fusión sea posible, enviando fotones como cartas de amor a ese pequeño mundo que me escucha.
Yo soy el Sol.
He ardido para contar mi historia.
Y mientras haya ojos que levanten la cabeza para mirarme, seguiré hablando en mi lenguaje de luz.
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