El Gran Concurso de Luces: Un cuento sobre el Big Bang, las estrellas… y tú - Cuentos para una noche de Observación pública


Había una vez, hace muchísimo, muchísimo tiempo,

un lugar tan pequeño que no cabía ni una mota de polvo.

Ni una estrella, ni un planeta,

ni siquiera un “hola” flotando por ahí.

Hasta que…


¡💥PUM!

Un fogonazo enorme encendió el universo.

Era tan brillante,

tan caliente,

tan luminoso,

que llenó el espacio entero de luz.


—¡Soy el Big Bang! —gritó aquel primer destello—.

¡Y tengo más fotones que nadie!


Los fotones son lucecitas diminutas,

tan rápidas que pueden dar la vuelta al mundo

¡siete veces en un segundo!

Desde entonces, esos fotones del Big Bang

nunca han dejado de viajar.

Aún hoy, están por todas partes.

En el aire, en tu nariz, en tus calcetines.

¡En cada rincón del universo hay más de 400 de ellos

por cada centímetro cúbico!


Pero un día, muuucho después,

nacieron las primeras estrellas.


—Nosotras también brillamos —decían, felices—.

Y además… ¡creamos cosas!

¡Átomos! ¡Planetas! ¡Vida!


Y era cierto.

Las estrellas eran como fábricas de luz.

Durante miles de millones de años

encendieron galaxias enteras.


Algunas eran tranquilas.

Otras, salvajes.

¡Y otras lanzaban rayos como dragones espaciales! 🐉✨


Entonces alguien preguntó:

—¿Quién gana el Gran Concurso de Luces?

¿El Big Bang, con su primer fogonazo?

¿O las estrellas, con su brillo constante?


Un telescopio espacial llamado Fermi

se puso a contar.

Contó y contó… y volvió a contar.


Y al final dijo:

—Todas las estrellas juntas han creado

cuatrocientos mil millones de billones de fotones.

(¡Eso es un 4 con 84 ceros!)

Pero el Big Bang hizo

más de cien millones de millones de millones de millones de millones…

(¡eso es un 1 con 90 ceros!)

—¡Ganó el Big Bang! —gritó alguien.

—¡Pero las estrellas hicieron planetas! —dijo otro.

—¡Y canciones! ¡Y cuentos! —susurró una niña.

Entonces, el universo se quedó en silencio.

Un niño miró al cielo estrellado y dijo en voz baja:


—Yo tengo átomos de estrellas en mi cuerpo…

y los fotones del Big Bang me atraviesan cada día.

Así que…

¡yo soy parte de los dos!


Y desde aquel día, nadie volvió a preguntar quién ganó.

Porque todos supieron que el verdadero brillo

estaba en lo que somos.


Polvo de estrellas… y luz del primer día.





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